DIARIO DE PRIMAVERAS
Publicado en la REVISTA "NARRATIVAS", Nº 30 (2013)
A los delfines calderones,
que cada primavera
vuelven a las costas de las Islas Feroe
en busca de calor y alimento.
Otro mes de marzo. Niels y Torben han venido muy temprano esta mañana. Les dije que el traje de neopreno lo tenía roto desde la última salida y que no pasaran a buscarme. Pero me han traído el de Bent, que está con neumonía. Anders tenía preparada la lancha para llevarnos mar adentro. He visto los sacos con los calamares para atraer a los calderones. Ganchos, sogas, cuchillos de hoja dura; todo el material estaba bien envuelto en el fondo de la lancha. Les he asegurado que un día los calderones nos pedirán que nos bebamos su sangre hasta quedar saciados, pero se ríen y se dan codazos cuando estoy de espaldas. Creen que no me doy cuenta. La jornada ha sido terrible. He tenido que zambullirme para que nadie me viera vomitar. Me he vaciado entre sus pobres restos y la marea de espuma roja se me ha clavado como un cilicio en las caderas. ¿Qué hago aquí? ¿Quiénes son mis amigos? ¿Quién soy ?
Ha transcurrido un año y llevo varias semanas dándole vueltas. Se acerca la primavera y esta vez no voy a volver. Tengo la sangre incrustada en las uñas. Hace años que se aloja bajo ellas. Por más que las lave permanece ahí. Hoy, al comer una manzana, la he visto más de cerca y he notado su sabor a sal y a desgracia. Esta mañana, desde el arrecife oí sus voces. En unos días habrán llegado a estas aguas. Creo que por eso anoche me desperté gritando. Desvelé a Inga, mi mujer, que me rodeó con sus brazos y acarició mi angustia hasta calmarla. Soñaba que una mancha negra se extendía como la peste mar adentro. Vi los estratos de la tierra. Y la sangre goteando de unos a otros, de unos a otros... Qué horror. Después, ríos granates que me inundaban. Tengo miedo. Miedo de ahogarme en ellos mientras estoy dormido. No, no voy a volver.
Abril ha llegado. Hace tres meses que nació mi primer nieto, Kristen. Desde entonces mi hijo Regner, su padre, se muestra esquivo conmigo. A pesar de ello, mi alegría se la debo al pequeño Kristen, que siempre agita sus brazos cuando me ve. Hace un rato, al volver de alta mar con él bien cubierto, he entrado sin hacer ruido para dejarlo en su cuna y Gjerta, su madre, me ha empujado para apartarme de él y me ha dicho con los ojos desencajados que no se me ocurra nunca más ponerle las manos encima. Nunca jamás. Eso me ha dicho. Gritaba y un mechón de su largo cabello negro le ha oscurecido la mirada. Pobre Gjerta. Primero he sentido indignación, pero ahora… Me hubiera gustado explicarle que a mi hijo Regner con tres meses también lo llevé mar adentro. Y que al cumplir el año ya hablaba con las ballenas. Pero me ha vuelto la espalda, me ha llamado loco estúpido y se ha ido apretando muy fuerte al niño. “Loco estúpido”.
Hoy Kristen cumple trece años y mis sueños no han desaparecido. Son sueños de esos a los que debo hacer caso. Veo círculos y más círculos. Y tengo que romperlos. De tristeza, de cansancio, y otro que con sus anillos de acero rodea a todos y los estrangula. La inercia. Que me deja sin aire y me llena de vacío. Ayer, Regner me dijo lo que piensa regalarle a Kristen. Va a llevarlo a la playa, para que “pruebe su valor” cuando se acerquen los calderones. He sentido un mazazo en la cabeza. Le habría sacudido. Ha dicho que él también irá, y que no me moleste en decirle lo que pienso. No iba a decirle lo que pienso. Puede oírme sin que le hable. He salido de la habitación y al ir a cerrar la puerta me ha sujetado por el brazo. Ha gritado que no tenía derecho a hacerle lo que le hice, que desde siempre ha sido el hazmerreír de sus amigos, y que a su hijo no le ocurrirá lo mismo. Eso me ha dicho. No he podido dormir. Y en el umbral del sueño, esos círculos. Solo veo una forma de romperlos. Esta mañana, antes de levantarnos, he anunciado a Inga que tengo que irme. Ha pasado su mano por mi cabello, me ha dicho que lo presentía y se ha echado a llorar.
Han pasado tres años desde que Soren se fue y hoy, con la primavera, los calderones ya no se acercan a nuestras costas. Llevo dos noches oyendo a lo lejos sus voces desde la soledad de mi cama. He reconocido la de mi esposo. Y le he pedido a Kristen que saliésamos a mar abierto. Ahí, bajo el agua, mi viejo y amado Soren ha perdido la noción del tiempo. Me ha dicho que distingue la luz de la oscuridad, y que prefiere el agua invernal a la de las corrientes cálidas. En realidad, me ha susurrado, no necesita gran cosa. El grupo ha oído nuestro barco. Al acercarse, han levantado la cola, el lomo, la cabeza y les hemos echado los calamares más frescos de la lonja. Cuando Soren ha visto a su nieto con su gorra de capitán, ha hecho un tirabuzón en el aire. Y a mí, apoyada en la proa, me ha dedicado una pirueta que me ha llenado la cara de sal. Después me ha dicho: “Inga…, tus cabellos se rizan como espuma en las caracolas del viento.”. He batido los brazos y le he lanzado un beso largo y profundo, como un arpón. Le he dicho que, desde que no se acercan a la orilla, las aguas de la playa conservan la inmensidad de su azul. Antes de alejarse me ha contado cosas sobre la vida en el océano. Después, me ha dicho que ha empezado a frecuentar los sueños de Kristen, que me echa mucho de menos y que me quiere. Me ha pedido que continúe este cuaderno. Le he preguntado la razón pero no ha querido responderme.
DIARIO DE PRIMAVERAS, por Mª Pilar Álvarez Novalvos
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