LOS CUATRO JINETES
Unos minutos antes, los caballos se habían puesto a dar coces y a relinchar. Los cuatro debíamos estar cargados de ases porque nadie movió el trasero. Miramos con reticencia la montaña de billetes y de monedas que se había acumulado durante el juego. Lo único que nos importaba, más que la guerra, el hambre o la muerte, era la victoria.
De repente, los vasos estallaron sobre la mesa y el as de picas se clavó en un árbol. Algo avanzaba hacia nosotros rompiendo la bruma. De su silueta se desprendían negros jirones que, como hoces, segaban a diestro y siniestro todo lo que se hallaban en su camino. Paralizados, intentamos adivinar qué demonios era aquello que, llegado a nuestra altura, con cuatro gestos afilados nos rebanó las cabezas.
A tientas, subimos a nuestros caballos y escuchamos una condena.
Y aquí andamos, aburridos, de acá para allá hasta el fin del mundo, anunciando el Apocalipsis.
LOS CUATRO JINETES, por Mª Pilar Álvarez Novalvos
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